Cuarta parte
¡Amar, cuán bello es amar; sólo las grandes almas pueden y saben amar! (Samael Aun Weor)
Te doy amor, en el cual está contenido el sumum de la sabiduría. (Hermes Trimegistro)
¿Por qué Jesús, el Gran Kabir o Varón Divino, sintetizó todos los mandamientos en el “amaos los unos a los otros”? ¿Y por qué las sagradas escrituras afirman que Dios es amor? Eso es lo que, seguidamente, vamos a estudiar y reflexionar…
Para reflexionar leamos ahora lo que sobre el amor nos dice el V.M. Samael Aun Weor en sus libros y conferencias.
“El primer mandamiento es: Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo. El mandato del Primer Misterio es equivalente al mandato del Padre” (“Pistis Sophía” develada por Samael Aun Weor).
“El amor, en sí mismo, es una fuerza cósmica, una fuerza universal que palpita en cada átomo, como palpita en cada Sol”.
“Las estrellas también saben amar. Observémoslas en las noches deliciosas de plenilunio: ellas se acercan entre sí y a veces se fusionan o integran totalmente. ¡Una colisión de mundos!, exclaman los astrónomos, mas en realidad lo que ha sucedido es que dos mundos se han integrado con los lazos del amor”.
“Los planetas de nuestro Sistema Solar giran alrededor del Sol, atraídos incesantemente por esa fuerza maravillosa del amor. Observemos el centelleo de los mundos en el firmamento estrellado: comulga (tal centelleo luminoso, las ondas de luz, las radiaciones luminosas) con el suspiro de la flor…
Hay amor en la estrella y en la rosa que lanza al aire su perfume delicioso. El amor, en sí mismo, es profundamente divino, terriblemente divino.”
(Conferencia titulada “El milagro del amor” de Samael Aun Weor).
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Transitando pues, por las vías que señalan los textos sagrados del oriente y del occidente del mundo, podemos afirmar que el amor es la primera y última de todas las ordenanzas o mandatos divinos, que el amor es una ley, pero amor consciente. Por lo tanto, sin amor consciente no es posible cumplir ley o mandamiento alguno.
Por ejemplo, uno de los principales preceptos de la cultura gnóstico-cristiana dice: ¡No matarás!, pero uno comienza a matar con el resentimiento que guarda en su corazón, e incluso mata lo que más quiere. La guerra y la muerte que vemos por doquier, comienza con el odio que hay dentro de nosotros mismos y que se manifiesta con la pugnacidad entre las parejas, con la violenta relación entre los parientes, entre los vecinos, etc.
Al respecto, el Maestro Samael refiere que “El asesinato es, fuera de toda duda, el acto de corrupción más grande que existe en el mundo”, pero aclara que “no solamente se extingue o apaga la vida ajena con revólveres, gases, cuchillos, venenos, piedras, palos, horcas, etc., sino que también se aniquila la vida de nuestros semejantes con palabras duras, miradas violentas, actos de ingratitud, con la infidelidad, la traición, las carcajadas, etc.
Muchos padres y madres de familia aún vivirían si sus hijos no le hubieran quitado la vida mediante sus malas acciones; multitud de esposas o esposos aún respirarían bajo la luz del Sol si el o la cónyuge se lo hubiese permitido. Recordemos que el ser humano mata lo que más quiere. Cualquier sufrimiento moral puede enfermarnos y llevarnos al sepulcro; toda enfermedad tiene causas psíquicas.” (Vea El parsifal develado. Capítulo Nº 37 de Samael Aun Weor).
El odio es la antítesis fatal del amor; el odio es el “agregado psíquico” o elemento psicológico más abominable que existe dentro de la criatura humana.
En este seminario conviene que todos los participantes comprendamos lo que significa violar leyes, concretamente lo que implica violar la ley del amor.
La violación de la ley del amor conduce inevitablemente a la violencia y a la guerra, la violación de esa ley cósmica destruye el cuerpo físico y mata el alma.
Hay almas que están decididamente muertas para todo posible desarrollo interior, que poco a poco han ido perdiendo las posibilidades de crecimiento y perfección, un derecho que por falta de amor la gente no utiliza. Y con el alma dormida, embotellada entre el ego (muerta, digamos), es imposible dejar de odiar, blasfemar, deshonrar, matar, fornicar, robar, mentir, adulterar, etc., aún cuando posea un vasto conocimiento intelectual sobre los mandamientos o sobre las leyes que rigen la convivencia fraternal entre los seres humanos.
Y es que el arte de amar está más allá de los conceptos intelectivos, es un asunto que no se relaciona con las creencias o las opiniones que sobre Dios y sobre el Amor tenga cada persona. De allí la frase: “A Dios no se llega con el intelecto, sino con el corazón”…
Pensar sobre el amor es distinto a sentir el amor. Los pensamientos que alguien pueda elaborar sobre el amor, no son el amor. Pero en nuestro tiempo ha sucedido que todo lo hemos reducido a intelecto, hemos encasillado la vida dentro de rígidos moldes intelectuales y ese vano racionalismo subjetivo nos ha deshumanizado, nos tiene convertidos en robots-humanoides que piensan en el amor, pero cuyos corazones están vacíos, no contienen esa fuerza cósmico-divinal maravillosa, extraordinaria.
Es imposible aceptar el hecho de que el amor es una ley mientras no hayamos comprendido, en forma integral, el complejo problema de la mente.
La mente sensorial, esa que únicamente se nutre con los datos que le aportan los cinco sentidos físicos, es el peor enemigo del amor. De allí que en los países que presumen de ser “super-civilizados”, de estar “altamente desarrollados”, el amor ya no existe porque todo el pensamiento de quienes los habitan está colocado en la búsqueda de dinero, comodidades y diversiones.
La mente sensorial, embotellada entre el ego, entre el “yo pluralizado”, entre el “mí mismo”, es (repetimos) el peor enemigo del amor y obviamente nos aleja del arte amatorio; nos impide cumplir con la ley suprema o primer mandamiento que ordena “amar a Dios por sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo”.
“Hay quienes tienen la mente embotellada entre los celos, en el odio, en el deseo de ser rico, en la buena posición social, o entre el pesimismo, en el apego a determinadas personas, en la identificación con sus propios sufrimientos, en sus familiares, etc. Y hay quienes viven fantaseando sobre el amor, quieren que el amor opere de acuerdo con sus gustos y disgustos, normas intelectuales, prejuicios, preconceptos, recuerdos, experiencias mecánicas…”
Obviamente unos y otros jamás podrán saber realmente qué es la ley divina del amor y en qué consiste el arte de amar. De hecho, aunque sin saberlo, ese tipo de personas se han convertido en enemigas del amor. Es necesario, por lo tanto, comprender a fondo todos esos procesos mentales del “yo”, del “mí mismo”, del ego, que acaban con la belleza íntima del verdadero amor. (Vea el libro titulado Educación fundamental de Samael Aun Weor).
Los mecanismos de la mente sensual, por otra parte, nos llevan hacia la confusión, nos impiden comprender que hay una diferencia radical entre el amor y eso que es respeto, miedo, dependencia.
Ejemplos: “respetamos por temor a nuestros superiores y entonces creemos que les amamos. Teme el niño al látigo, a la férula, a la mala calificación, al regaño en la casa o en la escuela y cree entonces que ama a sus padres y maestros, cuando en realidad sólo siente miedo”…
“Dependemos del empleo, del patrón, tememos a la miseria, a quedarnos sin trabajo, y entonces suponemos que amamos al jefe y que lo respetamos y hasta velamos por sus intereses, pero eso no es amor, es simplemente miedo, temor, y nada más”…
“Muchísimas mujeres creen que adoran a sus maridos y todos los días aguardan con ansiedad infinita que regresen del trabajo, o de alguna fiesta o reunión, o de algún viaje, pero en realidad no los aman, sólo tienen miedo de quedarse sin marido, sin protección, etc.”
De igual manera, “cuando la esposa está de parto o en peligro de muerte por cualquier enfermedad, el esposo cree que la ama mucho más, pero ciertamente sucede que teme perderla, pues depende de ella para muchas cosas: comida, sexo, caricias, lavado de ropa, cuidado de los niños, etc., y eso es tan sólo miedo y dependencia, no legítimo amor”…
En el terreno de la religiosidad “millones de personas tienen miedo de pensar por sí mismas en los misterios de la vida y de la muerte, miedo a inquirir, a investigar, a estudiar y comprender los misterios divinos, y entonces exclaman: ¡Dios me ama y yo amo a Dios y con eso es suficiente!” Es decir, piensan que aman a Dios, pero sólo temen al castigo en los mundos infiernos y por miedo codician la supuesta recompensa en el reino de los cielos.
La esclavitud física y psicológica, la dependencia, el depender física y psicológicamente de alguien, no implica sentir amor hacia aquellas personas de las cuales dependemos.
En conclusión, la mayoría de la gente no sabe amar; si los terrícolas supiésemos amar, el planeta que habitamos sería en verdad un paraíso.
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Quinta parte
“En verdad que vivimos felices si no odiamos a aquellos que nos odian,
si entre hombres que nos odian habitamos libres de rencor.
En verdad que vivimos felices si nos guardamos de afligir a quienes nos afligen,
si viviendo entre hombres que nos afligen, nos abstenemos de afligirlos.
En verdad que vivimos felices si estamos libres de codicia entre los codiciosos;
moriremos libres de codicia entre hombres que son codiciosos.
En verdad que si vivimos felices aunque a ninguna cosa la llamemos nuestra, seremos semejantes a Dioses resplandecientes que se nutren de felicidad”.
(El Dhammapada, obra sagrada del Buda, Siddharta Gautama)
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Prosiguiendo con este tema de cardinal importancia para nuestras vidas, veamos cómo en forma sencilla y coloquial el V.M. Samael Aun Weor nos platica sobre eso que se llama “amor”…
En una de sus muchas conferencias, el Maestro toma su parábola y dice: “Al hablar de amor, tenemos que ser precisos en el análisis. No olviden ustedes que los gnósticos somos matemáticos en la investigación y exigentes en la expresión”.
“La palabra amor, en sí misma, es un poco abstracta; necesitamos especificarla para saber qué es eso que se llama amor. Ante todo nos toca consultar un poco el Evangelio Crístico. El Gran Kabir Jesús dijo: En que os améis los unos a los otros demostraréis que sois mis discípulos. También hay otra frase bíblica muy interesante: Amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo, o también, No hagáiss a otros lo que no queréis que os hagan a vosotros”…
“Las gentes, al escuchar la palabra amor, sienten algo que les llega al corazón, pero como no han dado objetividad a su pensamiento, obviamente no captan la honda significación de tal palabra. Es necesario pues, e inaplazable, entender qué es el amor”.
“Aquella frase, no hagás a otros lo que no quieres que te hagan a ti, podría ser traducida así: haceos conscientes de los otros y de ti mismo. Aquella de amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo, podría ser traducida como: haceos conscientes de la divinidad que hay en vuestro interior, y del prójimo y de ti mismo… Así, pues, necesitamos hacernos conscientes de eso que se llama Amor, que podría traducirse como conciencia”.
“¿Cómo podría uno amar a sus semejantes (es decir, comprenderlos) si uno no es consciente de sus semejantes? Debemos hacernos conscientes de nuestros semejantes, si es que verdaderamente queremos comprenderlos, porque sólo comprendiéndolos sentiremos por ellos amor. Pero, para poder hacernos conscientes de nuestros semejantes, debemos primero hacernos conscientes de sí mismos”.
“Si un hombre no es consciente de sí mismo, ¿cómo va a hacerse consciente de sus semejantes? Y si no es consciente de sus semejantes, ¿cómo podría comprenderlos? Y si no los comprende, ¡cuál sería su conducta con relación a ellos? Esto es muy importante.”
Hasta allí la cita. Observemos que el mandato divino, aclarado por el Maestro, ordena amar al prójimo sin hacer diferenciaciones entre uno y otro, sin clasificarlo dentro de grupos familiares, políticos o religiosos, o de amigos, de bienhechores, de compatriotas, etc. Además, el primero y el más determinante de todos los mandamientos ordena “amar a Dios sobre todas las cosas”, vale decir, más que al esposo o a la esposa, por encima o mucho más allá del afecto hacia los hijos, hacia los familiares en general, hacia los amigos, etc.
Desde luego, la frase sobre todas las cosas es explícita e indica que el amor a Dios es más importante que el título universitario, la posición social o económica y en general que muchas otras actividades de la vida diaria, aún cuando éstas sean indispensables.
El amor a Dios y al prójimo es importante porque no es posible cambiar las estructuras familiares, económicas, políticas y sociales sin el ingrediente del amor; porque no es posible formar un hombre y una mujer diferentes, de tipo superior, conscientes e inteligentes, sin un método psicológico que explique cómo desarrollar la capacidad de amar a Dios y al prójimo.
Todos vivimos constantemente relacionándonos, nuestra vida se desenvuelve en el mundo de las relaciones. Dar prioridad a nuestra relación con el propio cuerpo físico y con el medio ambiente y las personas que nos rodean, subestimando o ignorando nuestra relación con el ser íntimo y sus 49 partes fundamentales, es auto condenarse a la involución, a la degradación o degeneración.
La correcta relación de nuestra esencia o conciencia con el ser particular, individual, es sin duda, la que verdaderamente se necesita para el desarrollo de la capacidad de amar. Cuando esta relación es incorrecta o inexistente, hay conflictos íntimos y proyección de esa conflictividad interna en el medio ambiente en que nos desenvolvemos.
En consecuencia, los vínculos sociales que establece cada persona, entre ellos el vínculo matrimonial, dependen de los valores psicológicos que posea. Tales valores conforman o estructuran un modo de ser, una manera específica de ser. Si, por ejemplo, somos odiosos, rencorosos, orgullosos, vanidosos, celosos, vengativos, o personas a quienes les anima el deseo revanchista, es evidente que el sentido estético no está presente en nuestro mundo interior, que carecemos de belleza íntima y nuestras relaciones con el prójimo resultan inevitablemente ásperas, duras, violentas, carentes de armonía y de comprensión.
El problema del amor queda resuelto si emprendemos la tarea de conocernos y de comprendernos a nosotros mismos. “Necesitamos auto-conocernos y auto-comprendernos antes de conocer y comprender a los demás”.
Para tal efecto, para amar verdaderamente al prójimo, es urgente aprender a ver el punto de vista ajeno, saber colocarse en la posición de otras personas. Cuando así procedemos, descubrimos que los defectos psicológicos o “yoes” que tanto criticamos en la novia o el novio, en la esposa o esposo, en los hijos, parientes, amigos y conocidos en general, los tenemos muy sobrados en nuestro mundo interior. La crueldad que provoca el “yo” pluralizado (particularmente el “yo” del odio), continuará existiendo sobre la faz de la Tierra hasta tanto no hayamos aprendido a dispensar los defectos ajenos, a tolerarlos, a comprenderlos, y esto sólo es posible haciéndonos conscientes de nosotros mismos, auto-comprendiéndonos.
Tengamos en cuenta que el amor es un hecho y que, lógicamente, se demuestra con hechos. De allí el refrán español: “Obras son amores y no buenas razones”. Pero si uno no tiene el valor de verse a sí mismo, de auto-observar los propios defectos psicológicos con el firme propósito de comprenderlos para luego eliminarlos, ¿cómo o de qué manera podrían nuestros hechos estar impulsados por la fuerza cósmica del amor?
Escrito está que cuando uno ama, ayuda desinteresadamente al prójimo; que cuando hay amor en el corazón, uno sabe colocarse en el lugar de los demás para comprenderlos, para sentir dentro de uno mismo cuáles son sus necesidades, cuáles sus sufrimientos, sus padecimientos físicos y problemas en general.
Pablo, el gran iniciado gnóstico-cristiano, en su “Carta a los Corintios”, capítulo 18, versículos 4 al 8, traza magistralmente una definición del verdadero amor con los siguientes términos: El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo cree, todo lo espera, todo lo sufre, todo lo soporta…
De esa definición del amor, la más hermosa de todas cuantas se hayan dicho o escrito, podemos inferir que los “yoes” o “agregados psíquicos” de la envidia, la jactancia, la vanidad, el egoísmo, la ira, el rencor, la injusticia, la mentira y la malignidad en general, nos obligan a actuar “en forma indebida” y por consiguiente son contrarios al amor, que en sí mismo es benigno y nada hace incorrecto.
En todo caso, el problema del desamor, es decir, el problema del odio y todo lo relativo al arte de amar, es un asunto de experiencia íntima directa, de interiorización gradual, pues de lo contrario nos perderíamos en el intrincado laberinto de las opiniones eruditas de enjundioso contenido intelectual, o bien románticas y sensibleras sobre eso que se llama amor.
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Continúa este tema en: El arte de amar (sexta parte y conclusión).
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