El arte de amar, parte I

Este tema está particularmente dirigido a aquellas personas inteligentes y comprensivas que dentro
de sí mismas experimentan una simbiosis de amor y rebeldía.

Hay un arte de amar que debe ser aprendido, como quien aprende a leer y a escribir para luego convertirse en escritor. Asimismo, nadie es excelente amador o amadora por el simple deseo de querer serlo. Uno necesita pasar por un proceso de aprendizaje que, en el terreno del gnosticismo universal, implica conocer -por sí mismo y por experiencia directa- los misterios del amor.

PLANTEAMIENTOS BÁSICOS
1- “Juan, el inefable, recuesta su cabeza en el corazón del gran Kabir Jesús, como declarando: el amor se alimenta con amor”. (Samael Aun Weor, “El Parsifal Develado”)

2- “Cuando uno no tiene amor, nada es”… (Pablo, el gran iniciado Gnóstico-Cristiano)

3- “El conocimiento psicológico (de sí mismo) es una condición necesaria para el desarrollo de la capacidad de amar”. (Erich Fromm)

Auspiciado por la Asociación Gnóstica de Estudios Antropológicos, Culturales y Científicos.

EL ARTE DE AMAR

“Quien no conoce nada, no ama nada. Quien no puede hacer nada, no comprende nada. Quien nada comprende, nada vale. Pero quien comprende también ama, observa, ve… Cuanto mayor es el conocimiento inherente a una cosa, más grande es el amor… Quien cree que todas las frutas maduran al mismo tiempo que las frutillas, nada sabe acerca de las uvas”. (V.M. Aureola Paracelso)

“No podemos forjarnos ninguna concepción de un desarrollo de la capacidad de amar sin un desarrollo de la conciencia. No podemos amar lo que no conocemos conscientemente. El amor verdadero es consciente. Amor es igual a conciencia despierta”. (Sabiduría Gnóstica)

REFLEXIÓN INICIAL: Según las profundas investigaciones esotéricas y gnósticas, realizadas por hombres de conciencia despierta en el mundo interior o espacio psicológico, el “animal intelectual” está dormido. En él, todo está mezclado con sueños, con la imaginación mecánica o fantasía, y de hecho con emociones negativas a las cuales se aferra más que a ninguna otra cosa. Gran parte de su vida (la casi totalidad, digamos) tiene lugar en la subjetividad, en la inconsciencia, de donde se infiere que está gobernado por los “agregados psíquicos” o “yoes” de la falsa personalidade esa máscara ilusoria que desde luego no es el Ser y a quien obedece ciegamente. Tal como es (afirman los maestros-investigadores) no puede discernir entre el amor y la pasión, confunde el uno con la otra. Y luego añaden: pero un hombre verdadero, el que mediante un riguroso trabajo sobre sí mismo ha llegado a otros estados superiores de conciencia, sí ve las cosas como son en realidad, pues ya no está más en los estados inferiores de sueño y de vigilia, es objetivo, y así, de ese modo, experimenta el verdadero amor.

Esto último sucede cuando el hombre llega a ser consciente de sí mismo, de Dios y del prójimo, es decir, cuando se auto-conoce y se identifica o consustancializa con su Ser Real. Empero el “animal intelectual”, que como hemos dicho, vive de acuerdo con los condicionamientos de su falsa personalidad, que sólo conoce las pequeñas y falsas emociones, fundamentadas casi siempre en la auto-consideración surgida a su vez del amor propio. ¿Cómo podría, estando tan lleno de prejuicios, de dogmas, con el alma tan pequeña, tan embotellada entre el egoísmo, que mira con desprecio a quienes no pertenecen a su mismo bando, que rechaza con odio a todo aquel que pertenece a una religión diferente, comprender qué es el amor a Dios y al prójimo?

De modo que, los hechos demuestran que el hombre común o “animal intelectual” no puede saber lo que en sí mismo es el amor a Dios y al prójimo porque está dormido y sólo sabe apreciar su propia opinión de Dios (al que cree adorar) y el concepto parcial que tiene de sus semejantes. Su opinión, obviamente, es egocéntrica y si alguien no opina lo mismo que él, se enfurece y hasta lo persigue y desea matarlo. Secuencialmente, todo lo que puede decirse del hombre dormido es que no puede, en esas condiciones psicológicas, amar verdaderamente a Dios y al prójimo.

PRIMERA CONCLUSIÓN: Sólo la conciencia despierta puede llevarnos a sentir verdadero amor.“La esencia libre nos confiere belleza íntima. De tal belleza emanan la felicidad perfecta y el verdadero amor”… Hay, pues, una diferencia muy grande entre amar y la atracción entre los opuestos (de la mujer hacia el varón y viceversa, entre él y élla). Amar presupone conocimiento de sí mismo y entendimiento de ciertas leyes; lo segundo es una cosa mecánica (instintiva-motora y sexual), predeterminada por la Inteligencia de la Naturaleza para los fines de la reproducción y supervivencia de la raza.

Colaboración de:
Franklin Ugas/Venezuela

Continúa este tema en: El arte de amar, segunda y tercera parte.

Un comentario en “El arte de amar, parte I”

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