El arte de amar, segunda y tercera parte

Aunque parezca increíble, es muy cierto de toda verdad que esta tan cacareada civilización moderna es espantosamente fea, no reúne las características trascendentales del sentido estético, está desprovista de belleza interior. Las gentes se han vuelto espantosamente crueles, la caridad se ha enfriado, ya nadie se apiada de nadie. Las gentes de estos tiempos se han tornado demasiado groseras, el perfume de la amistad y la fragancia de la sinceridad han desaparecido radicalmente, el sentido del verdadero amor se ha perdido y las gentes se casan hoy y se divorcian mañana. (Samael Aun Weor, La gran rebelión. Capítulo Nº 2)

¿Es el amor un arte? En tal caso requiere conocimiento y esfuerzo. ¿O es acaso, una sensación placentera cuya experiencia es cuestión de azar, algo con lo que uno tropieza si tiene suerte? Este seminario se basa en la premisa de que el amor es un arte, aún cuando sabemos que la mayoría de la gente cree que el amor es algo así como una especie de química, un asunto meramente sensorial que produce satisfacciones personales.
Con tales afirmaciones no intentamos, en modo alguno, suponer que para la gente el amor carece de importancia. Sabemos que realmente todas las personas están sedientas de amor, por eso ven innumerables películas y telenovelas basadas en historias de amor; unas felices, otras desgraciadas; y escuchan centenares de canciones triviales cuyo tema es el amor. Sin embargo, casi nadie piensa que hay algo que aprender acerca del amor, es decir, que se aprende a amar, que el amor surge dentro de nosotros mediante un proceso de aprendizaje y de eliminación de los factores psicológicos del contra-amor, del anti-amor, que lamentablemente existen dentro de cada persona.
Esa actitud equivocada consistente en creer que la mecánica de la vida lo prepara a uno para amar, tiene su basamento en la falsa educación y desde luego en los falsos conceptos sobre los que se fundamenta esa educación.
Así las cosas, para la mayoría de la gente, el amor consiste en ser amado y no en amar, no en la propia capacidad de amar. De ahí que para millones de terrícolas el concepto de amor se refiere a cómo lograr que se les ame o cómo ser dignos de amor. Para alcanzar ese objetivo, siguen varios caminos. Uno de ellos, utilizado en especial por los varones, es tener éxito, ser tan adinerado y poderoso como lo permita el margen social de la propia posición. Otro, usado particularmente por las mujeres, consiste en ser atractivas por medio del cuidado del cuerpo, la ropa que visten, etc.
Existen otras formas de ejercer atracción, que utilizan tanto los varones como las mujeres, como tener modales agradables y conversación interesante, mostrarse ante los demás como persona útil, amiga de hacer favores, aparentar modestia, etc. Muchas de las formas de hacerse querer son iguales a las que se utilizan para alcanzar el éxito, a las técnicas mentalistas (de psiquismo inferior) para ganar amigos y dinero e influir sobre la gente.
En realidad lo que para la mayoría de personas de nuestra cultura moderna equivale a digno de ser amado, es en esencia, una mezcla de popularidad y sex-appeal, un asunto puramente físico, relacionado con el centro motor-instintivo-sexual.
Otro error conceptual que sustenta la tesis de que uno (por el hecho de existir como criatura humana) ya está capacitado para amar, consiste en suponer que esto no requiere de un esfuerzo consciente y que todo se reduce a encontrar un objeto apropiado (léase persona) para decirle: “yo te amo”, o bien para ser amado por ese objeto en cuestión.
En una cultura como la nuestra, en la que prevalece la orientación mercantil (de producción de bienes y consumo, de oferta y demanda) y en la que el éxito material constituye el valor predominante, no hay en realidad motivos para sentir asombro porque las relaciones amorosas humanas sigan el mismo sistema de intercambio de bienes y de trabajo, que se fundamenten en el “yo te necesito”, en el “tú me haces falta”, en el “yo te doy y tú me das”…
De ese modo, dos personas (él y ella) creen que están enamoradas cuando sienten que han encontrado el mejor objeto disponible en el mercado, dentro de los límites impuestos por sus capacidades económicas y la posición social.
Ella cree haber “comprado” un marido y él supone que ha “comprado” una buena esposa, lo cual lleva posteriormente a una confusión entre la experiencia inicial del “enamorarse” y la situación permanente, dentro del matrimonio, de intentar permanecer enamorados.
Esa excitación inicial, combinada con la atracción sexual y su consumación en las relaciones íntimas, a pesar de su carácter emocionante, con el paso del tiempo pierde su condición estimulante debido al antagonismo entre las parejas, hasta que un día ambos se sienten desilusionados y caen en un terrible aburrimiento mutuo que incluso suele convertirse en desprecio. Porque el amor convencional es, por su misma naturaleza egoica y pasional, poco duradero.
Así pues, esa falsa idea de que “no hay nada más fácil que amar”, sigue siendo la opinión prevaleciente cuando se habla del amor, aún a pesar de las abrumadoras pruebas en sentido contrario.
Vea que prácticamente no existe otra relación que se inicie con tan tremendas esperanzas y expectativas, y no obstante, fracase tan a menudo como el amor entre las parejas, entre padres e hijos, entre amigos. Si ello ocurriera con cualquier otra actividad económica, política o social, la gente estaría ansiosa por conocer los motivos del fracaso y por corregir sus errores, o bien renunciaría a la actividad fracasada.
Empero, puesto que la renuncia es imposible tratándose del amor (el amor es el fundamento de todo, nadie puede vivir sin amor), sólo hay una fórmula adecuada para superar la bancarrota de tan sublime sentimiento, esto es: estudiar qué es el amor en sí mismo y examinar las causas que han originado su pérdida.
El primer paso es tomar conciencia de que el amor es un arte, tal como es un arte el vivir, y que si realmente queremos aprender a amar, debemos proceder en la misma forma que lo haríamos si quisiéramos aprender cualquier otro arte como la música, la pintura, carpintería, la medicina o la ingeniería. Sólo que en el caso del arte de amar, el objeto de estudio es la persona misma, eso que yo soy en este momento, ahora.

El arte de amar
(Tercera parte)

Esta cuestión del mí mismo, lo que yo soy, eso que piensa, siente y actúa, es algo que debemos auto-explorar para conocernos profundamente.
Existen por doquier muy lindas teorías que atraen y fascinan, empero de nada serviría todo eso si no nos conociésemos a nosotros mismos. Es fascinante estudiar astronomía o distraerse un poco leyendo obras serias; sin embargo resulta irónico convertirse en un erudito
y no saber nada sobre sí mismo, sobre lo que yo soy,
sobre la humana personalidad que poseemos. (Samael Aun Weor, La gran rebelión. Capítulo Nº 10)

¿Cuáles son los pasos necesarios, desde el punto de vista gnóstico, para aprender cualquier arte? Según la Gnosis, el procedimiento puede y debe dividirse en dos partes: A) La adquisición del conocimiento, del saber. B) La práctica, la implementación en los hechos de los conocimientos adquiridos, para lo cual es indispensable un tercer factor. C) La comprensión que surge de la unificación del saber con el ser.
Además de la obtención de las ideas gnósticas relacionadas con el arte de amar y la comprensión o vivencia de esas ideas, hay un requisito fundamental para poder implementarlas de forma continuada en la vida diaria, a saber: nada en este mundo físico debe ser para nosotros más importante que el desarrollo de esa capacidad de amar. Porque en la ausencia de ese anhelo místico radica el motivo por el cual la humanidad de nuestra decadente cultura, a pesar de sus continuos fracasos en las relaciones, no trata de aprender ese arte.
Aún sintiendo la intrínseca necesidad de amar, para las multitudes son otras cosas las que tienen más importancia que el amor: éxito, prestigio, dinero, poder, satisfacciones personales, auto-consideraciones…
Por consiguiente, en este difícil arte de amar se debe tener en cuenta que lo exterior es una proyección de lo interior, y que siendo el arte, por definición “la búsqueda de la belleza en todas sus manifestaciones”, inferimos que no puede existir hermosura, armonía y equilibrio en nuestras vidas externas sin belleza interior, sin la posesión específica de valores estéticos que permiten el desarrollo de la capacidad de amar.
Como secuencia o corolario, un verdadero artista es aquel que sabe amar porque mediante un trabajo interior ha eliminado de sí mismo ciertos valores inferiores o yoes, y de ese modo ha cristalizado en su esencia anímica, valores estéticos o virtudes que le han proporcionado equilibrio y armonía en su centro pensante, en su cerebro emocional y en su cilindro motor-instintivo-sexual.
Entiéndase pues, por valores estéticos, la bondad, la generosidad, el altruismo, el sentimiento de amistad y de fraternidad, la sinceridad y la cortesía, la caridad, la equidad, la justicia, la temperancia y muchos otros afines con el amor, que es el primero, el más elevado y el más hermoso de todos los valores del alma.
“La sociedad es una suma de individuos”. Para estructurar un mundo nuevo y mejor, una sociedad más justa y más humana, el amor es un requisito indispensable, pero esto exige equilibrio y normalidad pensante, emocional y sexual de parte de los individuos que forman las distintas sociedades del planeta Tierra.
El verdadero arte es justo, exacto, matemático, equilibrado, armonioso, mesurado e incluso sencillo, y por lo tanto hermoso, bello, consciente e inteligente, saturado de amor hacia los semejantes, a quienes les transmite un mensaje de alegría, o bien una enseñanza que habrá de convertir sus vidas en algo distinto, en una obra maestra.
¿Cómo podría una persona injusta, precipitada, impaciente, torpe, agobiada o embargada por odios, resentimientos, frustraciones, insatisfacciones, miedos, angustias, depresiones, pensamientos tristes y pesimistas, preocupaciones, etc., desarrollar la capacidad de amar, convertirse en un artista del amor?
El amor se manifiesta como recto pensar, recto sentir y recto obrar. Vale decir, el amor exige, para su manifestación, un corazón comprensivo, una mente tranquila, serena y un centro motor-instintivo-sexual no violento, que no sea víctima de la violencia ni de la pasión sexual, que vibre en armonía (artísticamente) con el infinito.

Colaboración de
Franklin Ugas/Venezuela

Continúa este tema en: El arte de amar, (cuarta y quinta parte).

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